Tras la llegada a las cabañas en la que habitualmente dormíamos, los porteradores y el cocinero se situaban en el habitáculo destinado a la cocina. Solía ser una cabaña tradicional destinada a estos menesteres. La puerta era muy pequeña. por lo que era necesario agachar la cabeza para entrar. En el interior había un fuego central que servía de cocina y de hogar para calentarse. Al carecer de chimenea, desde fuera se veía el humo filtrarse por la paja del techo.
Alrededor del fuego, nos amontonábamos buscando un sitio donde secar las botas del agua y del barro del camino así como intentar desentumecernos y quitar la humedad que había impregnado nuestros huesos.
La llegada a la cocina siempre deparaba alguna sorpresa. Al sentarte al lado de la lumbre se podía ver a los porteadores dándose masajes en brazos y piernas de forma pausada. De inmediato se ofrecían para masajear también e tus pies, tus manos o tus piernas doloridas. Mostraban gran habilidad y una técncia sistemática, probablemente aprendida de maestros forjados por siglos de conocimientos ancestrales.
Este amasamiento es un proceso recíproco en el que, tras recibir el masaje, debías intercambiar el masaje recibido. Nuestras manos de forma torpe intentaban devolver a sus manos y pies desnudos, siempre sin zapatos, algo de calor y confort. Sin embargo nuestras manos no tenían ni la habilidad ni la memoria suficiente. Esta ceremonia parece ser habitual entre su hábitos y costumbres, al menos entre los Lani. tras las largas jornadas de marcha. Cada tarde, alrededor del hogar, se repetía esta escena en la cocina junto al fuego, parta recuperarse de loes estragos del camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario