miércoles, 28 de septiembre de 2011

Las Tongkona o casas barco.

Los poblados Toraja están formados por casas de una belleza, diseño y elegancia que desbordan lo imaginable.
Se cuenta que estas formas únicas en el mundo se debe a la evolución de barcos varados a los que se les puso pilares de soporte para evitar su caída . Según las leyendas o las historias que se cuentan sobre los Torajas, procedían de poblados asentados en la costa de las Sulawesi. Posteriormente subieron a las montañas centrales de la isla a través de ríos que, cuando disminuyeron su caudal dejaron varados los barcos y pasaron a ser ocupados como casas.

Otras historias cuentan que pudieron ser barcos que fueron llevados a través de las montañas. Esta última parece menos verosímil.



Esta historia oficial, debe ser tomada con cautela, ya que la forma de barco es relativa y, además ha ido evolucionando con el tiempo. Los graneros y casa más antiguos muestran pendientes mucho menores que las actuales. De manera que se observa más bien un tejado curvo, que ofrece la fachada más a la vista, inclinándolo hacia el suelo. Una acentuación de este efecto puede haber llevado hasta el actual diseño de estas casas que alcanzan una elegancia difícil de imitar. Otro aspecto interesante es la forma en que se construyen con un armazón de bambú que permite soportar las fachadas rampantes durante la construcción.




Entre los puntos más altos se deja colgar una cuerda que produce una catenaria que servirá para dar la forma redondeada al tejado.








Las tongkona esta construidas en dos plantas. En la inferior se encuentran los pilares de soportes de la estructura. Se reconocen las más antiguas porque se encuentran asentadas sobre fundamentos de piedras. En algunas, sus habitantes han construido bellas terrazas para disfrutar de la sombra. En el primer piso, al que se accede por una escalera situada en la parte posterior, se encuentra el habitáculo propiamente dicho y que generalmente esta constituido por una habitación central que separa otras dos a modo de camarotes de popa y de proa.
La cubierta se hacía con paja y bambú y necesitaban ser restaurada cada 3-5 años, por lo que están progresivamente siendo sustituidos por techos de aluminio o de teja que no necesitan tanto mantenimiento.





Ademas en su parte delantera tienen un pilar sobre el que se sitúan un gallo de madera y una cabeza de buey. Arriba se superponen numerosos cuernos de buey perfectamente alineados. En el lateral se encuentran cuernos y quijadas cabezas de búfalos como fuente de protección.


















Frente a una tongkona se suelen construir varios graneros que siguen el mismo diseño navicular. En ellos se guardan los productos de las cosecha, fundamentalmente el arroz. Están constituidos por unos pilares en la parte inferior y un único habitáculo central y el techo de forma características de las tongkona. Se accede por una caña de bambú con muescas que hace las veces de escalera, hasta alcanzar una entrada lateral.










Tanto las tongkonan como los graneros están decorados por dibujos y símbolos abstractos tallados sobre madera, muy propios de la cultura Toraja. Se incluyen también abstracciones de los elementos culturales clave: el gallo, el buey y el machete de sacrificio.











martes, 27 de septiembre de 2011

Un funeral Toraja

Se ha escrito mucho sobre los ritos funerarios Toraja, así que quien quiera un enfoque antropológico sobre la cultura Toraja encontrará abundante material en la red.
Aquí contaremos nuestra experiencia en un funeral al que acudimos en grupo tras conseguir una invitación formal para participar en él gracias a nuestro guía Toraja, Yoyo.
Asistimos a esta ceremonia en Sangkaropi. La persona fallecida era una mujer de buena posición social, otorgada sobre todo por el rango de su marido. El comentario que recibimos cuando dijimos empáticamente que la finada era una gran señora fue que, en efecto, lo era porque que su marido era muy importante.
Los Toraja no entierran a sus muertos de inmediato tal y como se hace la mayoría de culturas. Para vivir su duelo, y para prolongar de algún modo la presencia del fallecido, embalsaman a sus muertos y los mantienen en casa durante mucho, mucho tiempo. La mujer a cuya ceremonia asistimos había fallecido hacía dos años y durante esos dos años había permanecido en la casa en un pequeño sarcófago o ataúd. Parece que, aún muerta, también se le ofrecia comida y compañía. Es una forma de prolongar su estancia entre los vivos. Naturalmente, los muertos son sometidos a un proceso de embalsamamiento. Al parecer, este proceso ha evolucionado y la preparación tradicional ha sido sustituida por una moderna formolización del cadáver. Al menos esa es la información que recibimos.
Pasado ya tanto tiempo desde el fallecimiento, el duelo está más que superado y el funeral se convierte en una fiesta. Una fiesta descomunal tanto en duración como en asistencia. La celebración dura varios días y tiene diversas fases. Son invitados todos los familiares y allegados. Para acogerlos, se construyen unos catafalcos bastante estables con caña de bambú y con maderas. 

Se dividen en pequeñas estancias que se numeran y sirven para albergar a cada familia según su importancia y relación con el finado. Pueden alcanzar hasta más de 100 estancias, y en cada una de ellas pueden caber hasta 15 personas, por lo que el número de invitados puede llegar a ser enorme.


Los invitados deben aportar un regalo a la familia del fallecido, en razón de su capacidad y de su riqueza. Puede ser un pequeño regalo en forma de arroz o vino de palma, pero cualquier familia que se precie aporta un animal vivo, los más comunes un cerdo, y los más adinerados un búfalo.
Los primeros días se recibe a los visitantes. Con este fin hay un profesional animador de la fiesta que, micrófono en mano, recita los nombres de las familias que acuden, el pueblo del que vienen y el regalo realizado. 


 Tras este anuncio, los invitados pueden entrar en el habitáculo, dejan la ofrenda, y desfilan delante de la familia hasta que son conducidos a una estancia ceremonial de saludo o bienvenida, flaqueada por donceles y doncellas de gran belleza y hermoso atavío.


En nuestro caso aportamos un cerdo como regalo y se nos recibió como visitantes de un lejano país que acudían a rendir homenaje a la mujer fallecida. El hecho de que extranjeros deseen acudir a esta ceremonia como invitados y ofrezcan un regalo, supone un honor para los Toraja. Piensan que el alma, tras la muerte, está perdida en el más allá y requiere de ayuda para encontrar su camino. Cuantos más invitados al funeral más ayuda recibirá en su búsqueda. Para acudir a la ceremonia es necesario vestir prendas negras y usar la falda Toraja tradicional, que se ciñe de forma diferente en el hombre (un pliegue al frente) y en la mujer (un nudo lateral).
La verdad es que nuestra práctica en el transporte de cerdos es muy limitada y tuvimos algún problema para llevar nuestra ofrenda a lugar preciso. 
Finalmente se consiguió, y la familia de la mujer homenajeada, acudió a nuestra vera para preguntarnos de donde veníamos, cómo había sido nuestro viaje y para ofrecernos un cigarrillo a los hombres y un dulce a las mujeres, que deben asistir a este saludo separadamente.


El día de la recepción se ameniza con cantos melifluos interpretados por los hombres reunidos en corro en la plazoleta. 


Los cerdos aportados se van sacrificando y se cocinan allí mismo para dar de comer a los invitados. Los matarifes los sacrifican hiriendo su corazón, después queman su piel, los evisceran y trocean la carne que introducen junto con verduras locales parecidas a las espinacas en cañas de bambú. Estas cañas se sitúan oblícuamente sobre un fuego y de esta forma se cocinan. Después, las cañas llenas de carne se reparten entre los invitados, y se acompaña de Nasi Goreng (arroz frito) y noodles. A nosotros nos agasajaron también con un estofado de búfalo con guindillas, muy sabroso.
Presidía el funeral el cuerpo presente de la difunta en el primer piso de la Tongkona (casa tradicional Toraja). Entre la casa y los graneros suele quedar una pequeña plazoleta que es en la que sucede la ceremonia pública y los cánticos. La familia más allegada permanece bajo el granero central, frente a la casa, en la posición más privilegiada y está mal visto situarse delante de este punto, error que, por desgracia, hemos visto perpetrar a algunos foráneos en otras ceremonias.


Discurren así los primeros días del funeral, en los que el tema principal es la acogida de los invitados, el recitado de sus nombres, su distribución en los catafalcos, la cocina de los alimentos y su distribución entre los comensales.
Los días posteriores se dedican al reparto del resto de las ofrendas. La más importante se reserva para el final y corresponde a los búfalos entregados .
Asistimos al día siguiente a otra ceremonia que ya estaba más avanzada que había llegado al momento del sacrificio de los búfalos. Los animales se marcan y se numeran para poder repartirlos equitativamente entre los herederos y los pueblos de los allegados. 

Todo este reparto es complejo y no está exento de conflictos. Cuando se resuelven , se produce el sacrificio de los búfalos para el reparto de la carne correspondiente.
Llega el momento de la muerte del búfalo, que se realiza públicamente con el ritual del tajo Toraja. Se colocan estacas a las que se atan una pata del búfalo. El matarife lo sujeta de otra cuerda anclada a la nariz y le levanta la cabeza. Con la otra mano, sujeta un machete especial, con el que asesta un golpe seco en la garganta del buey. El resultado es el que se puede esperar, aunque a veces es más lento de lo que se podría suponer.
En este segundo funeral se sacrificaron cincuenta bueyes en dos días. El día en que presenciamos el ritual cayeron veinte. Este sacrificio se hace públicamente y son numerosos los Toraja que asisten a esta ceremonia y la contemplan como un elemento natural de sus vidas. La muerte aquí no se oculta, ni se dulcifica. Se muestra como es: la pérdida de la vida.
He decidido no incluir fotos del tajo Toraja. Creo que es algo que no se olvida fácilmente una vez se ha visto en directo.

lunes, 26 de septiembre de 2011

La ceremonia del cerdo

Los papúes mantienen un modo de vida tradicional. Aunque las ropas occidentales ya han entrado en sus vidas casi definitivamente, mantienen todavía vivas las celebraciones ancestrales y aún es posible ver a los hombres ataviados con sus Kotecas y a las mujeres con sus faldas de hilo trenzado. Estas faldas son relativamente nuevas ya que hace unas décadas las mujeres vestían una sobrefalda de ramas y hojas, Ahora tejen sin con hilo sus faldas y sus redecillas de transporte.



El cerdo tiene un valor económico y de poder indudable entre los papúes. Prácticamente se calcula la fortuna de una familia según los cerdos que posee y son moneda de cambio y eje de las transacciones comerciales. Son también parte importante de la dote nupcial, de manera que una buena boda se puede arreglar con una cantidad suficiente de cerdos.
El día de la boda, se selecciona uno o varios cerdos para dar de comer a los invitados. Se sacrifican y cocinan de un modo tradicional, rito que constituye la ceremonia o fiesta del cerdo. En nuestro viaje asistimos a una de estas fiestas, realizada a modo de ensayo. Con este fin aportamos el cerdo que siguió el destino que se podía esperar.
En primer lugar, la familia que acude a la fiesta, se reúne en un lugar concreto donde están preparados todos los elementos necesarios. Solo pueden acudir a la ceremonia, hombres y mujeres casados, además de la novia. Para escenificar el paso de mujer soltera a casada, se cambia la falda de la novia, que pasa a vestir una específica o “jukong”.



Dos guerreros toman al cerdo por las patas y lo ofrecen en lo alto. El jefe de la familia, con el arco tradicional, le lanza una flecha directa al corazón. El animal es sacrificado de esta forma rápidamente.



Se procede entonces al quemado de la piel y al deshollado del animal, que queda abierto en canal listo para la preparación culinaria.
Previamente al sacrificio, los hombres han encendido un fuego al modo tradicional. Para ellos usan una cuerda de arco y la frotan sobre un tronco abierto con una piedra, sobre una paja fácilmente inflamable. Con un frotamiento enérgico consiguen la primera llama que dará fuego a una gran hoguera sobre la que se sitúan una determinada cantidad de piedras medianas, que irán absorbiendo el calor de esa pira mientras el cerdo es sacrificado.








Una vez consumido el fuego, las piedras han acumulado gran cantidad de calor y se disponen en un hueco cavado en el suelo. Para manipularlas, usan troncos grandes abiertos por la mitad que manejan como pinzas con gran habilidad.




Construyen así un horno de piedras que van cubriendo con hojas de platanera, de hortalizas y de otras plantas del lugar.




Realizan varios pisos y añaden agua para que nada se queme. Entre piso y piso sitúan abundantes boniatos y patatas. Finalmente colocan el cerdo y lo cubren del todo, cerrando ese horno improvisado con una liana.









Mientras dura la cocina, realizan danzas sencillas, más bien carreras y corros que otra cosa, mientras entonan cánticos festivos por la boda.



Transcurridas una o dos horas, proceden a destapar el horno, a separar las partes cocinadas y a comer el producto de la ceremonia, acuclillados sobre el suelo. El cerdo así cocinado tiene un sabor neutro, ya que se toma sin condimento alguno y parece más bien hervido que horneado. Los boniatos y las patatas acompañan este festín.







Así fue la ceremonia del cerdo que pudimos ver en Saikama.











LA TRASTIENDA DE LA FIESTA DEL CERDO






Al finalizar la ceremonia tradicional tuvimos ocasión de compartir algunos momentos entrañables con los papúes.



Apareció la lluvia y pudimos ver que los papúes aceptan de buen grado algunos inventos como el paraguas.




Ellos también querían guardar memoria del evento.






Finalmente las fotos de grupo, entre kotecas.









viernes, 23 de septiembre de 2011

Rasgos del camino

Lluvia y barro

Lluvia, lluvia, lluvia. Sin cesar llueve, sin tregua llueve, sin misericordia llueve. Parece que esta tierra no pueda existir sin la lluvia. Me pregunto cómo será la estación húmeda, si en la estación seca en la que estamos llueve cada tarde o cada noche sin excepción, durante horas, y a cántaros. Me lo explica nuestro amigo papú: la estación seca y la húmeda, únicamente se diferencias por el número de horas que llueve cada día, ya que llueve prácticamente todos los días del año. La estación más húmeda abarca desde enero hasta abril, y en ese momento, llueve todo e día excepto entre las 11 y las 17 horas. Ahora, en la temporada seca, nos conformamos con lluvias todas las tardes-noches y algún chubasco ocasional durante el día.
La lluvia es aquí hermosa, casi poética: otorga un leve tono gris a esta tierra verde y adorna el cielo de niebla que se cierne sobre ti en cada momento, como las alas de una nube. Al princio usas un chubasquero o un paraguas, pero pronto renuncias a tan inútiles coberturas. Te dejas mojar por la lluvia y caminas, esperas que cese o, alternativamente, la llegada a algún refugio donde guarecerte. Afortunadamente las lluvias más duras llegan por la noche y sientes todavía más la calidez de tu cobijo, escuchando las gotas de lluvia caer sobre las hojas de los árboles, con sus tonos más agudos, sobre las rocas, con sonidos más cortantes y sobre el suelo, con un chapoteo prolongado que anuncia el barro.
Esa misma lluvia anega los caminos y crea un barro que se hace perenne en las zonas a las que no llega el sol.



La senda se enfanga y los apoyos son cada vez más difíciles. Las pendientes se hacen resbaladizas como toboganes. 


En algunas zonas llanas puedes hundirte en el barro hasta los tobillos, o incluso más, con mucha facilidad. 



Los troncos y las raíces del camino parecen enjabonados por la delicada pátina de tierra y agua y cada paso se convierte en un desafío.


El barro más fino se acumula además en las suelas de las botas hasta convertirlas en patines. Los pantalones se enfangan, la ropa se cala, el gorro gotea sobre tu frente y te convierte en un ser de lluvia.



 Y sigues caminando.


Puentes

Con tanta lluvia, las crecidas de los ríos son constantes. Hemos atravesado dos ríos: el más grande, el Baliem, es difícilmente vadeable debido a su anchura y su bravura. Sobre él se tienden puentes amplios, construidos con tensores de cuerda metálica y pisos de madera. Algunas veces algunas maderas crujen y producen cierto sobresalto. 


Si no caminas por el centro pueden vencerse un poco hacia un lado, y producen mucho rebote al paso, por lo que se suelen pasar de persona en persona en para evitar las vibraciones asíncronas que podrían dificultar el tránsito.



El río Mugui, afluente del primero y cuyo valle ascendemos en nuestro recorrido ofrece un cauce más estrecho pero igualmente bravo, por lo que su vadeo siempre presenta dificultades.  Hay algunos puentes construidos con lianas y madera, de gran belleza.



Otros, río arriba,son más sencillos. Para facilitar el camino los transeúntes han fabricado tenues puentes con troncos cuyo paso requiere un buen equilibrio.



Algunas veces cierta ayuda es muy  bien recibida. 




El camino del agua

Cuando no hay otra opción y las aguas ya son de altura, con poca profundidad, el camino sube por las mismo cauce. Se debe vadear de lado a lado a lado continuamente para buscar el mejor ascenso. Ocasionalmente no hay otra solución y hay que subir directamente por el centro del cauce.



Este tramo del camino es especialmente bonito, y otorga al caminante una sensación de camino original, primigenio, como si caminases en la misma forma que caminaron los primeros pobladores, siguiendo la misma forma de la tierra, acariciando su silueta y dejándote llevar por ella siguiendo el mismo camino del agua.