martes, 27 de septiembre de 2011

Un funeral Toraja

Se ha escrito mucho sobre los ritos funerarios Toraja, así que quien quiera un enfoque antropológico sobre la cultura Toraja encontrará abundante material en la red.
Aquí contaremos nuestra experiencia en un funeral al que acudimos en grupo tras conseguir una invitación formal para participar en él gracias a nuestro guía Toraja, Yoyo.
Asistimos a esta ceremonia en Sangkaropi. La persona fallecida era una mujer de buena posición social, otorgada sobre todo por el rango de su marido. El comentario que recibimos cuando dijimos empáticamente que la finada era una gran señora fue que, en efecto, lo era porque que su marido era muy importante.
Los Toraja no entierran a sus muertos de inmediato tal y como se hace la mayoría de culturas. Para vivir su duelo, y para prolongar de algún modo la presencia del fallecido, embalsaman a sus muertos y los mantienen en casa durante mucho, mucho tiempo. La mujer a cuya ceremonia asistimos había fallecido hacía dos años y durante esos dos años había permanecido en la casa en un pequeño sarcófago o ataúd. Parece que, aún muerta, también se le ofrecia comida y compañía. Es una forma de prolongar su estancia entre los vivos. Naturalmente, los muertos son sometidos a un proceso de embalsamamiento. Al parecer, este proceso ha evolucionado y la preparación tradicional ha sido sustituida por una moderna formolización del cadáver. Al menos esa es la información que recibimos.
Pasado ya tanto tiempo desde el fallecimiento, el duelo está más que superado y el funeral se convierte en una fiesta. Una fiesta descomunal tanto en duración como en asistencia. La celebración dura varios días y tiene diversas fases. Son invitados todos los familiares y allegados. Para acogerlos, se construyen unos catafalcos bastante estables con caña de bambú y con maderas. 

Se dividen en pequeñas estancias que se numeran y sirven para albergar a cada familia según su importancia y relación con el finado. Pueden alcanzar hasta más de 100 estancias, y en cada una de ellas pueden caber hasta 15 personas, por lo que el número de invitados puede llegar a ser enorme.


Los invitados deben aportar un regalo a la familia del fallecido, en razón de su capacidad y de su riqueza. Puede ser un pequeño regalo en forma de arroz o vino de palma, pero cualquier familia que se precie aporta un animal vivo, los más comunes un cerdo, y los más adinerados un búfalo.
Los primeros días se recibe a los visitantes. Con este fin hay un profesional animador de la fiesta que, micrófono en mano, recita los nombres de las familias que acuden, el pueblo del que vienen y el regalo realizado. 


 Tras este anuncio, los invitados pueden entrar en el habitáculo, dejan la ofrenda, y desfilan delante de la familia hasta que son conducidos a una estancia ceremonial de saludo o bienvenida, flaqueada por donceles y doncellas de gran belleza y hermoso atavío.


En nuestro caso aportamos un cerdo como regalo y se nos recibió como visitantes de un lejano país que acudían a rendir homenaje a la mujer fallecida. El hecho de que extranjeros deseen acudir a esta ceremonia como invitados y ofrezcan un regalo, supone un honor para los Toraja. Piensan que el alma, tras la muerte, está perdida en el más allá y requiere de ayuda para encontrar su camino. Cuantos más invitados al funeral más ayuda recibirá en su búsqueda. Para acudir a la ceremonia es necesario vestir prendas negras y usar la falda Toraja tradicional, que se ciñe de forma diferente en el hombre (un pliegue al frente) y en la mujer (un nudo lateral).
La verdad es que nuestra práctica en el transporte de cerdos es muy limitada y tuvimos algún problema para llevar nuestra ofrenda a lugar preciso. 
Finalmente se consiguió, y la familia de la mujer homenajeada, acudió a nuestra vera para preguntarnos de donde veníamos, cómo había sido nuestro viaje y para ofrecernos un cigarrillo a los hombres y un dulce a las mujeres, que deben asistir a este saludo separadamente.


El día de la recepción se ameniza con cantos melifluos interpretados por los hombres reunidos en corro en la plazoleta. 


Los cerdos aportados se van sacrificando y se cocinan allí mismo para dar de comer a los invitados. Los matarifes los sacrifican hiriendo su corazón, después queman su piel, los evisceran y trocean la carne que introducen junto con verduras locales parecidas a las espinacas en cañas de bambú. Estas cañas se sitúan oblícuamente sobre un fuego y de esta forma se cocinan. Después, las cañas llenas de carne se reparten entre los invitados, y se acompaña de Nasi Goreng (arroz frito) y noodles. A nosotros nos agasajaron también con un estofado de búfalo con guindillas, muy sabroso.
Presidía el funeral el cuerpo presente de la difunta en el primer piso de la Tongkona (casa tradicional Toraja). Entre la casa y los graneros suele quedar una pequeña plazoleta que es en la que sucede la ceremonia pública y los cánticos. La familia más allegada permanece bajo el granero central, frente a la casa, en la posición más privilegiada y está mal visto situarse delante de este punto, error que, por desgracia, hemos visto perpetrar a algunos foráneos en otras ceremonias.


Discurren así los primeros días del funeral, en los que el tema principal es la acogida de los invitados, el recitado de sus nombres, su distribución en los catafalcos, la cocina de los alimentos y su distribución entre los comensales.
Los días posteriores se dedican al reparto del resto de las ofrendas. La más importante se reserva para el final y corresponde a los búfalos entregados .
Asistimos al día siguiente a otra ceremonia que ya estaba más avanzada que había llegado al momento del sacrificio de los búfalos. Los animales se marcan y se numeran para poder repartirlos equitativamente entre los herederos y los pueblos de los allegados. 

Todo este reparto es complejo y no está exento de conflictos. Cuando se resuelven , se produce el sacrificio de los búfalos para el reparto de la carne correspondiente.
Llega el momento de la muerte del búfalo, que se realiza públicamente con el ritual del tajo Toraja. Se colocan estacas a las que se atan una pata del búfalo. El matarife lo sujeta de otra cuerda anclada a la nariz y le levanta la cabeza. Con la otra mano, sujeta un machete especial, con el que asesta un golpe seco en la garganta del buey. El resultado es el que se puede esperar, aunque a veces es más lento de lo que se podría suponer.
En este segundo funeral se sacrificaron cincuenta bueyes en dos días. El día en que presenciamos el ritual cayeron veinte. Este sacrificio se hace públicamente y son numerosos los Toraja que asisten a esta ceremonia y la contemplan como un elemento natural de sus vidas. La muerte aquí no se oculta, ni se dulcifica. Se muestra como es: la pérdida de la vida.
He decidido no incluir fotos del tajo Toraja. Creo que es algo que no se olvida fácilmente una vez se ha visto en directo.

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