Iniciamos la búsqueda de animales y observamos los primeros antílope en sus múltiples formas, los jabalís africanos o facóferos, los antílopes en miniatura o Cobo Leedges, que son lo más parecido a un pequeños Bamby. Todo surgía de las acacias en un tempo lento y constante, un impala a las 12 (se localizaba su posición según las agujas de un reloj), un facófero a las 2, otro impala a la 3 y así un avistamiento tras otro hasta que el ojeador susurra: “huellas de felino”. Pensamos “no es posible que tengamos tanta suerte” y nos desviamos del camino adentrándonos entre acacias y arbustos.
Llegamos a un árbol grande en el que sorprende el fuerte olor a gato, continuamos buscando y tras situarnos debajo de otro gran árbol, se nos pide lentitud en los movimientos y silencio, con un dedo nos indican que dirijamos la mirada por encima de nuestras cabezas y a escasos cuatro metros ahí esta, desmadejado encima de la rama de un árbol tranquilamente durmiendo, despanzurrado, un macho de leopardo. Nos embarga la emoción y el temor, ni en sueños podríamos imaginar ver un leopardo en su hábitat y a a esta distancia. Seguimos recorriendo las ramas de al lado e identificamos el motivo del sueño del animal: una presa muerta de antílope impala se encuentra en la otra rama del árbol protegida de otros carroñeros y depredadores.
Las emociones se multiplican, la adrenalina se incrementa y más aún cuando de frente aparece una hiena que se coloca debajo del leopardo buscando si cae algo de la presa desde el árbol, como un maná. Camina lentamente hasta que se cruza la mirada con el leopardo iniciando rápidamente la huida del lugar.
Tras contemplarlo durante un largo periodo de tiempo abandonamos el lugar embriagados por la belleza del animal que acabamos de ver, felicitándonos por la suerte y deseando que continúe y nos permita ver también al rey de la selva.
En nuestra primera noche acampados en la reserva conseguimos el récord de madrugones levantándonos a las 4,30 (a.m, que no ha sido de la siesta). En un plis plas, tras desayunar y levantar las tiendas, comentamos todos los sonidos de animales que durante la noche se han escuchado, incluyendo peleas entre leones y hienas, casi nada, sentadas ambas especies a la mesa de un cadáver de hipopótamo, como luego veremos.
Inasequibles al desaliento nos disponemos estratégicamente sobre las camionetas 4x4 y conseguimos desmontar el campamento antes de lo previsto, a las 5,45. Ya se sabe que madrugar trae muchas compensaciones tantas, que encontramos rápidamente el rey de la selva en un punto muy cercano al que habíamos dormido. Poco antes divisamos a unos viajeros que deben haberse encontrado antes con estos animales, ya que están durmiendo encima del techo de su Land Rover, abandonando su magnífica tienda al pie del vehículo. El sonido de nuestros coches les despierta y nos observan con rostros que demuestran haber pasado una noche mucho peor que la nuestra,
Pronto encontramos tres leones, una hembra y dos machos. Uno de ellos exhibe sus fauces llenas de sangre. Los tres muestran panzas redondas, repletas por un reciente festín. Primero se mueve la hembra. Los machos, a continuación la siguen, más que como leones, como corderillos, ejemplo claro de como el mito del macho dominante únicamente muestra al macho más capacitado para seguir a una hembra. Son hermosos y lánguidos, caminan con una parsimonia que muestra entre indolencia e ignorancia hacia nosotros.
En un determinado momento uno de los dos machos clava sus ojos sobre nosotros provocando una descarga generalizada de adrenalima, que alcanza su cénit al pasar lentamente entre los dos vehículos, de modo desafiante.
Los clics de los obturadores de las cámaras son el único sonido que profiere nuestro grupo, encandilado ante una visión tan cercana de esta familia real.
Los clics de los obturadores de las cámaras son el único sonido que profiere nuestro grupo, encandilado ante una visión tan cercana de esta familia real.
El temprano éxito leonino nos lleva a adelantar los planes y a salir inmediatamente del parque Moremi, cruzando un singular puente tendido sobre el río Khuai. A la entrada se observan los restos de un gran hipopótamo que se ha convertido en comida para muchos habitantes del parque.
Al parecer este hipo ha sido el perdedor de una brutal lucha territorial entre dos machos que le ha costado la vida. Su cuerpo sin vida ha provocado la avenida de decenas de animales que han encontrado aquí su comida y que han pelado durante toda la noche para conseguir su pedazo de carne. Estas peleas son las que hemos escuchado durante toda la noche y esa sangre es la que adornaba las fauces del león que acabamos de contemplar.
Esa noche no hubo incidentes. Continuamos hacia el río Chobe donde se encuentra la mayor reserva de elefantes de Africa, y damos fe que debe de ser así por que aparecían por cualquier parte a la que mirábamos. Aparecían manadas de hembras con sus cachorros, manadas de machos a sus asuntos y ocasionalmente machos solitarios. No sabíamos bien por que razón elegían esa soledad.Siempre los buscábamos y ellos prefieren mantener una distancia prudencial e irse hacia otro lugar.
Después de cientos de avistamientos, vemos a un macho solo rascándose cada una de las partes de su cuerpo en un árbol, la imagen era divertida y jovial, se rascaba las piernas, las orejas, las partes pudendas sucesivamente. Sin embargo algo cambia y lentamente avanza hacia nuestra posición y, contrariamente a lo observado, el joven macho se encara frente al 4x4 abre sus orejas y inicia una carrera de embestida hacia el vehículo a la vez que ruge de forma ostentosa. En el coche la respiración se para y los pulso se aceleran, las miradas fijas en el elefante y en nuestro guía a quien se le pedía que rápidamente pusiera el coche en marcha para huir. Pensamos, “si nos embiste esto se rompe como una hoja de papel y nos aplastuja como a hormigas”.
El elefante a escasos dos metros se para, abre sus orejas, barrita de modo ostensible, exhibe su trompa dando orden de que nos alejemos y finalmente decide darse la vuelta, una vez mostrado todo su juvenil poderío. Respiramos más acompasadamente y se recobra la calma. El guía sonríe ante nuestro sobresalto y nos explica que ese trata solamente de una demostración de fuerza de un joven elefante y que, si realmente fuera a embestirnos, lo hubiera hecho con las orejas plegadas. Unicamente atacan cuenado perciben que sus cachorros son amenazados, y lo hacen para defenderlos. Todo regresa a la normalidad y nos tranquiliza saber que Enty “nuestro guía oteador” conoce bien los animales y prevé sus movimientos con acierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario